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Enzo Ferrari


El nombre de Enzo Ferrari está indisolublemente ligado a los deportivos de lujo y la famosa escudería de Fórmula 1. Sin embargo, pocos saben que su vida fue un tortuoso camino lleno de trágicas muertes, ruina económica y graves accidentes provocados por sus coches de competición.

Nacido en Módena en 1898 en el seno de una familia acomodada, la pasión de Enzo Ferrari por la velocidad comenzó cuando, con apenas diez años, su padre lo llevó a presenciar una carrera. A partir de ese momento supo que quería dedicar su vida al automovilismo, afición que propició que fuese considerado como la oveja negra de la familia.


Con la idea de que heredasen el negocio familiar, su padre hizo que tanto Enzo como su hermano mayor, Alfredino, estudiasen ingeniería mecánica. Pero el estallido de la I Guerra Mundial alteró todos sus planes. Su padre y Alfredino fueron movilizados y, aunque se encontraban lejos de la primera línea del frente, ambos fallecieron en 1916 víctimas de una epidemia de gripe.

El propio Enzo Ferrari fue también llamado a filas un año más tarde, aunque regresó a casa tras sufrir una fuerte neumonía. Entretanto, la empresa familiar había quebrado y Enzo decidió invertir gran parte del patrimonio que se había salvado en preparar los Alfa Romeo de la época para la competición. Muy pronto, comenzó a despuntar como un piloto arriesgado y competitivo.


En 1923, utilizó como por primera vez el «cavallino rampante» como emblema de sus vehículos y seis años más tarde, aún corriendo con Alfa Romeo, creó la Escudería Ferrari. La alianza se rompió en 1939 y lo mantuvo fuera del mundo de la competición durante cuatro años.


Apartado de la conducción desde el nacimiento de su hijo Alfredino, se volcó en el diseño y la fabricación de vehículos de competición. Sin embargo, el estallido de la II Guerra Mundial detuvo el proyecto y la factoría Ferrari de Módena se convirtió en una fábrica de armamento militar.


La planta fue bombardeada en 1944 y Ferrari se vio obligado a trasladar las instalaciones a Maranello. Allí construyó los primeros bólidos que dominaron el panorama automovilístico durante los años 40 y 50. Para afrontar los grandes gastos que la escudería generaba, se vio obligado a comenzar a fabricar vehículos de calle.


Todo parecía ir bien, hasta que en 1956 su hijo Dino, destinado a ser su sucesor, fallecía con sólo 25 años debido a una distrofia muscular. En señal de luto permanente, desde ese momento comenzó a lucir las características gafas negras que le acompañarían hasta su muerte.


Su esposa, Laura, no llegó a superar la muerte de su hijo y comenzó a padecer problemas mentales, por lo que finalmente acabaron separándose. Tan sólo un año después del fallecimiento de Dino, Enzo Ferrari sufrió otro duro golpe después de que el Marqués Alfonso de Portago –primer piloto español de Ferrari- tuviese un accidente a 260 kilómetros por hora  en la Mille Miglia que le causó la muerte, junto a diez espectadores.

Hasta 1957, al menos 50 personas, habían muerto en accidentes en los que había algún Ferrari involucrado, en parte porque la escudería sólo fichaba a pilotos que corrían al límite, poniendo su vida en peligro por ganar carreras. La justicia italiana abrió una investigación y la prensa empezó a cebarse con la figura de Enzo Ferrari.



Afectado por este cúmulo de desgracias, decidió retirarse de la vida pública y recluirse en un apartamento construido en la propia factoría de Maranello donde se fabricaban sus bólidos, dedicado por completo a su escudería. Desde entonces y hasta su muerte, en agosto de 1988, muy poco se sabe de su vida, salvo que reconoció a su hijo ilegítimo Piero, a quien había nombrado vicepresidente de la compañía.

A pesar haber revolucionado el mundo del automovilismo, Enzo Ferrari jamás aceptó que lo definieran como un triunfador. En su conciencia pesaba la pérdida de su mujer, la muerte de su hijo, la desaparición de su primera fábrica y todos los malogrados pilotos que se habían sentado a los mandos de unos coches que fueron la auténtica pasión de su vida.


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